Va bien de tanto en tanto desmarcarse un poco de las novelas de literatura actual superventas, que ojo, las hay geniales, pero leer estas cosas es un placer.
Durante todo el libro hay una sucesión de personajes secundarios (como doscientos más o menos, no los he contado), cada uno representa a un modelo del bestiario de la sociedad española de hace cien años.
El personaje principal es Andrés Hurtado, médico, con una crisis existencial permanente, que le hace divagar con elucubraciones filosóficas sobre el ser humano y el sentido de la vida, y el sentido de su propia vida. Divagaciones que llegan a su punto álgido en las conversaciones con su tío Iturrioz.
La España del chulo, del pobre y el rico y sus grandes diferencias, de la recatada, del usted por aquí y el usted por allá, de la sin razón, del egoísmo, de los toros, del profesor ignorante, del ignorante petulante, de curas dueños de burdeles, del calor abrasador y la miseria extrema y aceptada está retratada en cada página.
Me ha llamado la atención una frase que dice: “Las costumbres de Alcolea (pueblo de Castilla) eran españolas puras, es decir, de un absurdo completo”. Muy gráfico. Pío Baroja habla de la España que le cuesta evolucionar, de la que hoy en día quedan vestigios más que considerables, de esa España que ya parece parte de Europa. Parece.
Una lectura agradable y muy interesante de la que se aprende mucho.
Reflexión chorra. No sé si Pío Baroja tuvo hijos, si fue así ¿cómo los llamó? ¿Guau?, ¿Mu? Lo siento, no he podido evitarlo.
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