22 mar 2009

El Poeta del Tigre (3ª parte)

La señora Rumi fue a abrir la puerta de su casa. Alguien llamaba. Tras el umbral había una guapa muchacha con una larga y lisa melena rubia. Rubísima. Llevaba puestas unas gafas blancas enormes, sin cristales, y en sus brazos sostenía un asustado chihuahua.
-¿Mamá?
La señora Rumi, Mª Pilar Rumi, se quedó estupefacta.
-Tatiana, ¿eres tú?
-Sí mami.
(¿Mami?).
-Pero ¿qué te has hecho en el pelo, angel de Dios?
-Mamá, no te lo vas a creer.
La señora Rumi se iba preparando para lo peor.
-¡Sea lo que sea por Dios dilo ya! ¡Me estás poniendo de los nervios!
-Mamá... ¡Me he reencarnado en pija!!!!
La señora Rumi, igual que los bancos, no daba crédito.
-Síííí. Ha sido así como... o sea de repente. Yo antes era normal –Mª Pilar se empezó a marear-, como tú, ¡y mira!!! ¡Ja ja!!!
-Pero hija mía...
-Y además mamá...
-No sigas, por favor.
-¡Me he comprado un chihuahua!!!
La señora Rumi se tambaleó de lado a lado. Creía desfallecer, cuando de pronto... sonó el timbre de nuevo.
Mª Pilar Rumi abrió la puerta como pudo y tras ella apareció Japidéi Rumi, su hijo menor, acompañado de su inseparable y fiel amigo Bupi.
-¡Mamá!
-Hola hijo.
-Hola mocoso.
-¡Mamá! ¡Ya sé lo que quiero ser de mayor!
La señora Rumi volvió a prepararse para lo peor.
-¡Quiero ser un pájaro! ¡Quiero volar!
Mientras Tatiana lo miraba con desprecio Mª Pilar Rumi rogaba a Dios que se le tragase la tierra.
-¡Quiero migrar a la Estepa Africana! ¡Y a Escandinavia! ¡Quiero ser libre!!!
-Pero hijo mío, ¿tú no querías ser escritor? –sollozó la madre-.
-¿Y qué harás con Bupi? Él no puede volar –objetó muy acertadamente Tatiana-.
En ese momento un extraño tactaqueo sonó tras la puerta. Todos callaron. Parecía como si un perrito torpe intentase abrir desde fuera golpeando la cerradura muy rápidamente con patitas de metal.
La señora Rumi volvió a abrir la puerta y...
-¿Papá? –dijo Japidéi-.
-¿Eres tú, Gerardo? –apeló la señora Rumi-.
-Oish papa, o sea qué bajo has caído –ni que decir tiene quién dijo esto-.
El señor Rumi, Gerardo Rumi, se había convertido en un monstruoso insecto.
El extraño ser entró en casa y cerró la puerta. Se izó sobre cuatro de sus patas y con las otras cuatro se quitó con tran dificultad la chaqueta y el sombrero y los colgó del perchero, mientras los demás miembros de la familia observaban impertérritos, al menos Mª Pilar y Japidéi. Tanto se irguió que no supo controlar su nuevo centro de gravedad y se cayó hacia atrás. Se quedó tumbado boca arriba moviendo su cortas patitas que se agitaban independientemente, parecían tener vida propia. Tan cortas eran que no llegaba a tocar el suelo y no podía darle la vuelta a su pesado cuerpo. A su vez emitía un desagradable quejido semejante al roce de dos metales oxidados.
Bupi, que era conocido en el barrio por ser el único habitante de esa casa con un poco de sentido común, empujó con su hocico el enorme y negro caparazón hasta que consiguió dar la vuelta a Gerardo Rumi. Éste, sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia el sofá, asió con tres patas el mando de la tele y se puso a ver el Pasapalabra, su programa favorito.
-Esta familia mía me está volviendo loca –dijo Mª Pilar con desazón-.
La normalidad volvía poco a poco al ambiente hogareño. Tatiana se miraba al espejo de la cómoda que había en el comedor mientras peinaba el casi inexistente pelo de su chihuahua. El chihuahua se intentaba escabullir escondiéndose bajo su axila, pero de allí emanaban intensos efluvios rexoniles que le asfixiaban, pero no le quedaban más alternativas. Con triste resignación miraba a Japidéi en busca de auxilio. Pero Japidéi miraba al techo a la espera de ver pasar una bandada de cigüeñas para unirse a ellas en su camino a la tierra prometida. Mª Pilar trasteaba en la cocina sin tener muy claro qué hacía allí. Gerardo Rumi atendía con gran dedicación al televisor y Bupi le observaba con curiosidad. Todo normal.
Cuando terminó el rosco del Pasapalabra Gerardo Rumi emitió un sordo quejido metálico. Las orejas de Bupi se erizaron automáticamente. Como nadie le hacía caso, el señor Rumi repitió el tiriciento sonido, ésta vez más fuerte.
Bupi le dijo a Japidéi:
-Bup, Bup-.
En la casa se solía hablar castellano, pero Japidéi y Bupi casi siempre hablaban en catalán.
-Bup, bup, -repitió Bupi-.
Japidéi estaba ensimismado, tenía el presentimiento de que en cualquier momento aparecería por allí su esperada bandada de cigüeñas. O de patos.
Gerardo insistió con su molesto ruido.
-Guau, guau.
Esta vez Bupi ladró a Japidéi en castellano, a ver si así le hacía caso.
-¿Es que no te enteras de que tu perro te está hablando? O sea es que pareces tonto.
Japidéi salió de su ensueño. Fue como si hubiera estado dando un viaje por el hiperespacio y de pronto se hubiese materializado allí de la nada. Tardó unos segundos en volver a la realidad, y descubrió que sí, Bupi le estaba hablando. Japidéi era el único que le entendía con claridad.
-Guau, guau –repitió Bupi-.
-Mamá, dice Bupi que dice papá que quiere una cerveza –Bupi no sabía hablar, o ladrar, el lenguaje escarabajesco, pero lo entendía perfectamente-.
-Vaaaaale –contestó la madre cansinamente-.
-Grrchnchn trntrn –dijo Gerardo-.
-Guau, guau –sí sí, esto lo dijo Bupi-.
-Mamá, dice Bupi que dice papá que iría él mismo, pero que con esas patitas que tiene ahora lo más seguro es que liase algún estropicio en la nevera.
-Ahora vooooy.
Mª Pilar le llevó la lata de cerveza a Gerardo y éste se lo agradeció con un horrible chasquido de su boca en forma de alargada ventosa.
Gerardo Rumi cogió la lata. Pero claro, a pesar de que puso todo el cuidado posible sus puntiagudas patitas agujerearon la lata y el líquido se empezó a derramar sobre sí. Rápidamente se metió la lata en la boca para que no se perdiese ni una gota y sorbió con fuerza. A los tres segundos escupió el carcarón vacío y se recostó satisfecho contra el respaldo del sofá. Su cuerpo se convulsionó. Enfocó su cabeza hacia arriba y soltó un eructo tan poderoso que hizo que se tambaleasen los cimientos de toda la casa. Su boca en forma de ventosa vibró como si fuese un globo inflado que deja escapar todo su aire con violencia.
-Esta familia mía me está volviendo loca.
Mª Pilar Rumi se fue a la cocina y se apoyó sobre el mármol, física y mentalmente agotada.
-Necesito un respiro.
Y en ese momento recordó sus clases de relajación psicoterayurveditshu, conocida técnica mongol de meditación trascendente. Se sentó en el suelo. Cruzó sus piernas y posó sus manos encima de las rodillas haciendo una O con los dedos pulgar y corazón, y...
... empezó a levitar.
Fue ascendiendo poco a poco hasta que su cabeza chocó contra el techo. Se dirigió hacia el comedor, pero al pasar por la puerta sus rodillas chocaron contra el marco. Tenía las piernas amoratadas de tanto chocar con los marcos de las puertas.
-O sea deberías hacer un curso de atravesar paredes, mamá.
-No me distraigas, hija, que me desconcentras.
-Mamá, ten cuidado con la lámpara.
Bupi observaba la escena, preguntándose si algún día él podría aprender a levitar como Mª Pilar.
-¡La lámpara!!!!
El grito repentino de Japidéi asustó a su madre, ésta perdió de golpe la concentración y salió disparada hacia la dirección que marcaba su recuperada gravedad, con tal mala suerte que Bupi estaba justo debajo.
-¡Wowwwww! –ladró el pobre chucho, que también sabía inglés-.
-¡Te he dicho mil veces, perdona Bupi, te he dicho mil veces que no me asustes cuando levito! ¿¡Es que no entiendes que todavía voy por el segundo curso y aún no domino la técnica de la introspección total!!!???
-Lo siento mamá, pero es que la lámpara...
-¡A tomar por saco la lámpara!
-O sea pero qué burro que eres.
-Grchgrch.
-Bup, guau, wow.
-¿!Qué dice tu maldito perro!? Perdona Bupi.
-Dice que dice papá que no hagamos tanto ruido que está viendo las noticias.
-Dios mío, esta familia mía me está volviendo loca.
Mª Pilar Rumi se fue hacia la cocina murmurando incoherencias entre dientes y plantó de nuevo sus manos sobre el mármol. Tras unos segundos de respiración relajisuspédica se dispuso a hacer la cena. Entonces pensó para sí misma...
¿Y qué se le da de cenar a una cucaracha de 85 kilos?

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