Salvemos La Tierra, ja ja. Risa me da. La Tierra es un planeta, amiguetes. La Tierra pesa 6 multiplicado por 10 elevado a 24, es decir, un 6 seguido de 24 ceros de toneladas y tiene una edad de unos 4.500 millones de años; y nosotros somos unos mocosos engreídos que nos creemos los amos de Universo.
Para La Tierra los terremotos, los volcanes, los huracanes y por otro lado el calentamiento global, la contaminación y la superpoblación no son más que agradables cosquillitas. Para La Tierra no somos más que una pequeña anécdota capaz de sobrevivir en un espectro muy pequeño de condiciones medioambientales, y que probablemente no quede mucho –en términos astronómicos- para nuestra propia autodestrucción.
La Tierra nos despedirá con cierta pena porque ha pasado los últimos miles de años observando nuestra evolución, asombrándose ante nuestras cualidades y partiéndose de risa de ver lo incapaces que somos de aprovecharlas. El roce hace el cariño, y por lo que nosotros mismos sabemos, somos la especie más divertida que ha pasado por su faz. Pero cuando al fin seamos capaces de variar esas condiciones medioambientales lo suficiente como para no poder sobrevivir –lo que parece nuestro objetivo prioritario- desapareceremos, y La Tierra tendrá que conformarse con obsevar especies más simples, a la espera de que aparezca otra tan amena como el Homo Sapiens Sapiens.
Por lo tanto ¿Salvemos La Tierra?, no, La Tierra ya se salva sola, salvémonos nosotros. ¿Y quién o qué somos nosotros? ¿Decir “nosotros” es realmente correcto?
Nos llamamos a nosotros mismos “La Humanidad”.
¡Oish, qué bonito!
Nos decimos que somos seres sociales, que formamos parte de un colectivo, que estamos juntos en esto o en lo otro.
Ja ja, me vuelvo a reír.
El concepto de colectivo se pierde en el momento en que tu país se enfrenta a otro en un partido de cualquier deporte, ya no es un colectivo, son dos. La idea de colectivo se vuelve a fragmentar cuando una provincia, comunidad o región aporta más que otras a su país; aún más cuando el vecino se acerca demasiado a la raya que separa las dos plazas de parking; y definitivamente a la hora de repartir la herencia de los padres muertos entre hermanos.
Individualismo puro. Sí, se nos puede llamar seres sociales porque nos necesitamos unos a otros, pero por nada más.
Cuando se rebosa juventud se rebosan también ideales, que se van difuminando según se madura, y cuando se tiene ya cierta –o incierta- edad y se empieza a ir de vuelta, cuando se empieza a ser consciente de que esto se acabará algún día y que además puede ser en cualquier momento, se acaba uno metiendo en la rueda egoísta, esa que barre pa su casa, que marca la sociedad, con desgana, con decepción y desilusión, pero lo hace para no sentirse un primo, para que no se te quede la cara de bobo del que va de buena fe y recibe palos por todos lados.
Por eso y por mucho más, cuando acabo mi jornada laboral después de quemar cerca de 200 litros de combustible fósil, cuando podríamos estar usando otro tipo de energía como el hidrógeno, voy en coche a casa y no en bici o andando. Y apago el pilotito de la tele porque me molesta, por nada más, porque después de ver despilfarros como las luces navideñas o farolas encendidas a las tres de la tarde se me pondría la cara de bobo antes comentada.
Siempre se dice que si todos apagásemos los dichosos pilotitos se podría iluminar una ciudad como no-sé-cuál durante no-sé-cuántos días, yo propongo lo contrario, si no se encienden las luces navideñas de Barcelona –por ejemplo- durante un día entero todos podríamos dejar el pilotito encendido el tiempo que nos diese la gana y además nos dejarían de dar por culo con semejante majadería.
Que recicles, que no gastes, que ahorres luz y agua, que patín y que patán. ¡Dejadme ya tranquilo! ¡Que recicle tu puta madre! Te lo ponen como si fueses el culpable de todo lo que pasa. Que si “entre todos por aquí”, que si “si cada uno colaborase” por allá. Estamos hartos de tanta hipocresía.
No, no pienso reciclar hasta que no me multen por ello, iré en coche a comprar tabaco, tiraré de la cadena las veces que necesite, y el aire acondicionado y la calefacción no los pondré por la sencilla razón de que no los tengo, pero si los tuviese los usaría en función de mi economía y nada más. Y además me iré a dormir con la conciencia bien limpia, pero limpia de verdad, y no como esos magnates y políticos amos del mundo que les importa una mierda el daño que hacen a la Humanidad.
Ha tenido que salir otra vez el jodido palabro.
-Buenos días, señora Humanidad –dijo Andrés Hurtado-.
-Buenas tardes, joven.
-Mmm, la veo a usted un poco liada.
-Es que tengo un problema celular jodidillo.
-Un lenguaje un poco vulgar para su condición ¿no cree?
-Tan vulgar como el empeño que ponen mis células en solucionar sus problemas.
-Entiendo –aceptó Andrés con resignación sin sentirse aludido-.
-No se han dado cuenta de que tienen que cambiar su manera de sentir todas y cada una de ellas. -Pues, con todos los respetos, lo tiene usted muy negro.
-Lo sé, Andrés, lo sé –apeló la señora Humanidad cabizbaja-.
-No desespere.
-Tú no lo verás, pero tal como va la cosa no me queda mucho.
-Posiblemente parte del problema sea ése, que yo no lo veré.
-Puede ser, de todas formas haz lo que puedas.
-Me cuesta, señora, me cuesta –dijo Andrés, sintiéndose fatal-.
-Al menos no molestes a tu vecino.
-Eso ya lo hago.
-Si lo hicieseis todas mis células esto cambiaría más de lo que te imaginas.
-¿Cree usted que esa puede ser la clave?
-La única no lo sé, pero una de ellas seguro.
-Seguiré con mi actidud. Encantado de hablar con usted, buenas tardes, señora.
-Buenas noches, hijo.
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