2 nov 2008

El acueducto. Capítulo IX.

(Para ver el capítulo I pinchar aquí).

Alfonso se percató de que Juan Luis llevaba un rato parado delante del tablón. Se acercó y le preguntó:
-¿Qué hay de nuevo que yo no sepa?
-¿Quién ha colgado esto, Alfonso?
Alfonso leyó la nota nueva.
-No lo sé.
-Tienes que haberlo visto.
-No.
-Haz un esfuerzo Alfonso, intenta hacer memoria. Nadie cuelga nada sin que tú...
-¡He dicho que no lo he visto! -cortó Alfonso violento-.
Juan Luis sorprendido, miró a Alfonso a la defensiva.
-Disculpa, no me gusta que me insistan. Tan intrigado estoy como tú. Es como si perdiese la autoridad en mi propia casa.
-¿Ya sabes que las notas van dirigidas a Gavilán?
-Me lo he imaginado, después de ver la escenita con Joaquín. Aunque a pesar del realismo de su actuación sigue siendo mi principal sospechoso.
-Blas no hace bromitas así.
-Sí las hace.
-Esta vez no, Alfonso. Tío Miguel y yo le hemos estado buscando durante horas y no aparece por ningún sitio. Y la segunda nota no puede haberla colgado él, porque... desde lo de Joaquín no ha vuelto a aparecer ¿no?
-Tienes razón. Pero podría tener un cómplice.
-Eres terco como una mula. Con lo dura que es tu cabeza podrías partir en dos tu piano de un testarazo.
-No seas insolente, mocoso, que yo no soy tu tío.
La media sonrisilla de pillo de Juan Luis reblandeció la coraza de Alfonso.
-De mí no te cachondees que te tragas el chelo –dijo Alfonso, señalando al listillo e intentando no reírse-.
-Ahora fuera bromas creo que Gavilán tiene un problema gordo, y le voy a ayudar en lo que pueda.
-Ya sabes que no me cae muy bien, pero si te hace falta algo cuenta conmigo.
-Pues vigila tu tablón... –Alfonso dirigió una gélida mirada a Juan Luis- ... si no te importa... –que se diluyó en un momento- ... vamos, si tu amabilidad llega hasta ese extremo... – y se volvió a helar enseguida. A punto estuvo es pianista de soltarle un collejón al mocoso impertinente, quien cuanto más susceptible fuese la persona con quien tratase más tocacojones se volvía. Quizás por eso Alfonso se había guardado para sí que si lo de las notas no era cosa de Blas el espectro de sospechosos o posibles cómplices se reducía bastante. Recordaba haberle echado un vistazo al tablón cuando la nota nueva aún no estaba puesta, y desde entonces muy pocas personas habían pasado por el café. Muy pocas.

(Para ver el capítulo X pinchar aquí).

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