31 jul 2008

El acueducto. Capítulo I.

-He estado en Segovia –dijo Juan Luis Peñalba con una amplia e ilusionada sonrisa, orgulloso de acoger ya para siempre en su memoria tan bella ciudad.
-¡En Segovia! Gran suerte la suya amigo, habrá disfrutado de la impresionante visión del acueducto romano... –Blas Ibáñez Gavilán siempre presumía de haber visitado el mundo entero, habido y por haber, incluso un día, borracho como una cuba de ron, aseguró haber estado en la estación espacial Mir.
-¿Qué acueducto?
-¿Cómo que qué acueducto? –gritó Blas- ¿Está usted ciego, querido compañero? No conozco ser vivo capaz de la proeza de estar en Segovia y no…
-Es broma hombre –dijo el joven cuando Don Blas ya le agarraba el brazo para llevárselo camino de la óptica más cercana.
-Lo he visto y bien visto, pues he hecho el loable esfuerzo de recorrerlo de punta a punta, adentrándome entre callejuelas y trepando cuestas y escaleras.
Blas le miró condescendiente sabedor de las dimensiones de la antigua obra arquitectónica, le miró como diciendo: -Sí sí, ya ya, ¿me lo dices o me lo cuentas?
-Y… ¿qué me dice del cochinillo de Cándido, Mesonero Mayor de Castilla? Porque tengo que suponer, estimado amigo, que no ha dejado escapar la ocasión de degustar tan rico manjar…
-Sabroso y meloso, y además lo disfruté desde la terraza del mesón, mientras anochecía, repartiendo mi atención entre el plato, el vino y el acueducto.
-Doy por hecho que subió usted a la plaza de la catedral, a admirar tan majestuosa obra.
-Majestuosa y de complicadísima estructura, me impactaron las sonrientes gárgolas, que parecen estar pensando: -Quédate ahí un rato más, que como llueva te voy a dar un buen baño. Y también me fijé en la cantidad de tiendas de repostería típica, maldita dieta, en las terrazas de sus bares, en sus restaurantes de lujo a buen precio, en sus calles, por las que parece prohibido llanear, en la tienda donde compré este lápiz y este cuaderno, en la Tasca del Abuelo, la cafetería Tahona y mil lugares más, que en su conjunto me han dejado una imagen de Segovia que dudo que pueda olvidar en mucho tiempo, pero no es sólo la imagen, son las sensaciones vividas, que acompañarán ese recuerdo para siempre…
-Se me ha puesto usted melancólico, querido amigo.
-Segovia no es para menos, Blas.
-Le dije que le gustaría.
-¿Cómo dices?
-Lo que oye, joven.
-No recuerdo haberte hablado de la intención de mi viaje.
-Disculpe, habrá sido un sueño, pero yo siempre recomiendo la visita a tan exquisita ciudad castellana.
-Blas, en mi vida te he oído hablar de Segovia.
-Bueno, estimado Juan Luis Peñalba, le tengo que dejar, que mis quehaceres no pueden esperar más –dijo Blas Ibáñez con cara de ladrón cojo, dispuesto a realizar sus “quehaceres” en el bar de la esquina.
-Adión Blas Ibáñez Gavilán –repuso Juan Luis con una sonrisilla entre pícara y tierna.

Juan Luis Peñalba conocía sobradamente la relación amorosa de Blas con la mentira, que le hundía a veces en atolladeros insalvables. Blas no había estado en su vida en Segovia, ni en Segovia ni en Salamanca, y ni mucho menos en la estación espacial Mir. Donde sí había estado muchas veces era en el telecentro del barrio, al que iba raudo cada vez que se enteraba del viaje de algún conocido para empollarse de pe a pa todo lo que puediese sobre el destino elejido para dárselas después de enteraíllo. Blas decía que con la de mundo corrido que ya tenía no necesitaba viajar, pero la realidad era que el barco le mareaba, el tren y la carretera le asustaban, y la sola idea de volar le paralizaba por completo. Además, sus “quehaceres” diarios devoraban casi todo su escaso presupuesto. Lo más lejos que había estado del barrio fue una vez que, siendo mozalbete, robó una revista de mujeres del quiosco de Rufino, éste le descubrió y Blas salió corriendo como alma que lleva el diablo. Corrió tanto que sin querer llegó a las afueras y pensó en voz alta –Dios mío, ¿dónde estoy?. Después de pensar aquello unas ciento cincuenta veces más pudo encontrar el camino de vuelta a casa, que amenizó ojeando el Cosmopolitan sustraído, no sin una gran decepción, pues, las mujeres ¡llevaban ropa puesta!
Pero Blas era, y es, un gran tipo, daría por cualquiera la vida, y además tiene la mente más imaginativa del barrio. No hay nada como eschuchar sus quijotescas aventuras por las diversas geografías del mundo.

(Para ver el capítulo II pinchar aquí).

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