Esta entrada es el texto íntegro de un comentario que acabo de colgar en el blog de José Luis Pulguita a todo gas. La foto también la he extraído de su blog.
Te voy a contar una historia que creo que te va a gustar. Durante tres años estuve veraneando en un camping en la costa, cerca de un conocida localidad. Tenía 14 tiernos añitos. Mi inseparable coleguilla y yo nos dedicábamos a explorar los alrededores del camping y a hacer el animal con nuestras bicis a jornada completa. Justo enfrente del camping había una urbanización de la que salían diversos caminos de tierra que se adentraban en el campo. Un día cogimos uno de ellos. No parecía haber nada interesante, hasta que al cabo de unos cientos de metros vimos a nuestra derecha un estrecho y corto sendero que ascendía con una pendiente muy fuerte y parecía no llevar a ningún sitio. Nos extrañamos porque, sin ser totalmente planos, en los terrenos de por allí no había colinas ni montículos. Ni que decir tiene que nos bajamos de las bicis y ascendimos el sendero.
Cuando llegamos arriba nos quedamos totalmente petrificados. ¡Estábamos en la parte más alta del peralte de un circuito de carreras abandonado! Fuimos a por las bicis y nos lanzamos hacia abajo con una sensación en el cuerpo que sólo se vive cuando tienes esa edad. Nos pusimos a recorrer el circuito como si nos fuese la vida en ello, haciendo carreras contra coches imaginarios a los que, por supuesto, siempre ganábamos con nuestras bicis. No se podía dar la vuelta completa al circuito porque tanto por un lado como por el otro estaba cortado por algo. No recuerdo muy bien si eran derrumbamientos, plantaciones o simplemente la vegetación silvestre que se había adueñado del suelo. Lo que sí recuerdo perfectamente es que en medio del circuito había una plantación de melocotoneros enorme en un plano más elevado que la base de los peraltes. Ya habían pasado a recogerlos, pero descubrimos que se habían dejado alguno. Nos encaramamos por las ramas y nos metimos debajo de las camisetas todos los que pudimos. No recuerdo haber comido en la vida unos melocotones tan grandes, jugosos y sabrosos como aquéllos, aunque todavía me pica la barriga de la reacción alérgica que me provocó la pelusilla de la piel. En cierto momento oímos el ladrido de unos perros. Estábamos convencidísimos de que eran dobermans, el perro asesino de moda en aquellos tiempos. Nos cagamos de miedo y salimos pitando como alma que lleva el diablo.
A lo largo de los tres años que estuve veraneando allí no pasaba más de una semana que no apareciésemos por el circuito, siempre con la intensa y gratificante sensación de que estábamos haciendo algo prohibido. El escenario era ideal para dejar volar la imaginación, no todos los días puede recorrer uno con su bici un óvalo de carreras fantasma. Nos dedicábamos a subir los peraltes para después bajarlos a toda leche, y a explorar los campos a ver cómo estaban los melocotones.
La costa era la Costa Dorada de Barcelona, el pueblo era Sitges, aunque el circuito estaba en el término municipal de Sant Pere de Ribes, el camping era El Garrofer y la la urbanización se llamaba Rocamar.
No te imaginas, Jose Luis, la sensación que me ha dado revivir esos recuerdos al leer tu entrada, y me permitirás que cuelgue este comentario como una entrada de mi blog. El año pasado pasé cerca de allí, desde la carretera se puede ver algún tramo de los peraltes, pero no me acerqué. Si el año que viene vuelvo a pasar cerca prometo entrar y hacer todas las fotos que pueda.
Yo conozco un solo acceso, y como no sé si hay más sólo puedo explicar cómo se puede llegar desde el camping Garrofer. Entre Sitges y Vilanova i la Geltrú hay dos carreteras, la nueva y la vieja. Sólo la vieja atraviesa Sitges, es la que hay que coger. Después de pasar el pueblo hay una larga recta que acaba en una curva muy cerrada que sube en pendiente y pasa por encima de la vía del tren. Después de la curva hay otra recta. Al cabo de aproximadamente un quilómetro está el camping Garrofer a la izquierda y la urbanización Rocamar a la derecha (si todavía siguen allí). Hay que entrar en la urbanización y seguir su calle principal hasta el final, después girar a la izquierda y recorrer esa calle también hasta el final.. De allí sale un camino a la izquierda hacia el campo. El circuito está allí, a la derecha del camino, pero no se puede acceder desde cualquier sitio. Hay que ir fijándose hasta que aparezca algún senderillo por el que se note que ha pasado gente. Y ya estamos. A partir de ese momento prepárate para flipar.
De todo esto hace muchísimos años, y no puedo asegurar que todo siga igual. Si no es así basta con preguntar a las gentes del lugar.
Un saludazo para ti y para todos los que han comentado en esta entrada. Repito, os prometo que si vuelvo a pasar cerca de allí haré todas las fotos que pueda y las colgaré en mi blog para que las podáis ver.
Fantástica historia contada en primera persona. Según la iba leyendo, me iba imaginando la escena: la edad, las bicis y, sin saberlo vosotros, persiguiendo la sombra de Nuvolari.
ResponderEliminarSi ya me parecía romántica la historia de Terramar, después de tu narración, aún más.
Por cierto, si los melocotones hubieran sido de Calanda, seguro que no hubieras pillado ninguna tripotera.
Nuvolari... siempre lo adelantábamos en los últimos metros, debería odiarnos.
ResponderEliminarNo hay nada como internet para aprender de todo, nunca en mi vida había escuchado estas dos palabras:
Calanada: Localidad cerca de Alcañiz famosa por sus preciados melocotones con denominación de origen.
Tengo que probar esos melocotones. En lo últimos años los que llegan a las tiendas parecen más un producto prefabricado que una fruta.
Tripotera: hartazgo, indigestión.
Aunque lo mío fue un sarpullido.
Un saludazo amigo. Mi coleguilla se llamaba igual que tú, José, pero los allegados le cambiábamos la sílaba tónica de sitio.